humanidad ya que seguro que desde que el humano estuvo en contacto con grandes masas de agua (el mar, ríos, lagos…) tuvo motivos por introducirse en ellas.
Y así lo hizo, bien para conseguir alimentos (pescadores), por razones económicas (recolectores de perlas, esponjas, recuperación de tesoros y objetos de valor…),por cuestiones que podríamos llamar militares (hazañas bélicas) y lo que tal vez es más importante y sirve de motor en el conocimiento, por la curiosidad por descubrir que es lo que se oculta en los fondos marinos.
Sin duda alguna, las primeras incursiones humanas comenzarían por la apnea, sin ningún complemento, es decir mediante la mera sumersión corporal; luego se descubriría la utilidad de un tubo que proporcionaría aire directo (esnórquel), después llegaría la concepción de la campana, que retenía aire en su interior para luego mejorarla mediante el suministro de aire a través de mangueras y pasar posteriormente a una campana individual y muy reducida, el primer casco o escafandra.
El siguiente paso lógico acorde con la tecnología del momento buscaba la autonomía, la ruptura del cordón umbilical que le unía a la superficie y se llegó a los equipos autónomos de los que Cousteau-Gagnan serían su exponente más práctico.
Pero vayamos por pasos y desde el principio: la apnea. El buceo libre o en apnea (del griego apnoia: sin respiración) consiste en realizar inmersiones manteniendo la respiración después de una profunda inspiración en superficie.Hay indicios de la práctica del submarinismo en la prehistoria en los grandes yacimientos de conchas de moluscos (muchos de los cuales viven varios metros por debajo de la superficie del mar) que prueban que el hombre primitivo se veía obligado a bucear hasta los lugares en que se encontraban.
En el Museo Británico, se conservan bajorrelieves que corresponden al siglo IX A.C., mostrando a prisioneros fenicios evadiéndose bajo las aguas del río Tigris ayudándose con odres llenos de aire mientras sufrían las flechas asirias.
Cuenta la leyenda, porque es una leyenda, que su discípulo más aventajado, Alejandro Magno, tras conquistar medio mundo tuvo inquietud por explorar las profundidades del océano. Así que, se sumergió en el mar metido en “un recipiente muy fino hecho enteramente de cristal blanco” y que encontró un monstruo marino que tardó tres días enteros en recorrer su longitud.
En definitiva, han sido muchos y muy variados los inventos y artefactos que se han intentado utilizar a lo largo de los siglos para sumergirnos, aunque a decir verdad, la mayoría de ellos eran tan fantasiosos como impracticables.
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